lunes, 4 de enero de 2010

La frontera que convierte en gay a los hombres

El mito dice que las personas que se bañan o cruzan el Río Acahuapa de San Vicente, cambian de sexualidad. Que durante la guerra, un camión lleno de soldados cruzó y al salir a la otra orilla era ya un bus de señoritas excursionistas. No sé cómo que nacen estas leyendas, pero creo que lo mismo se podría decir de las personas que cruzan la frontera norte de México, al otro lado, muchos revelan su verdadera identidad sexual.
Tengo ya un año y medio de vivir en Los Angeles, California, y me he encontrado con muchos compatriotas y de otras naciones, que son homosexuales, lo cual por acá no es ninguna novedad, pero la cosa se pone curiosa cuando se comienza a conocer más de esta gente: en sus países han dejado esposas e hijos que mensualmente esperan de ellos dinero.
Es interesante conocer cómo ellos han cambiado en este país, en donde se han quitado la pesada carga de la falsa imagen y han asumido lo que siempre han sido: hombres y mujeres homosexuales que vivían reprimidos en sus países, en donde la sociedad los obligó a retomar roles que ellos no deseaban desempeñar.
Se dice que California aloja una de las poblaciones más grandes de homosexuales, y creo que un alto porcentaje de esa población la componen los inmigrantes latinoamericanos. Sólo basta ir a las discotecas latinas en Los Angeles para darse cuenta de la cantidad increible de latinos que asisten.
He conocido salvadoreños que en su tierra  llevaban una vida heterosexual, casados y con hijos y ya en este país, como por arte de magia, la mentalidad se les abre, aceptan su condición y dejan a un lado los prejucios con los que han crecido. Definitivamente esta es la tierra de la libertad.
Y no sólo esta población homosexual cambia de mentalidad, también las mujeres que acá se ven libres de las ataduras sexistas que las oprimen en Latinoamérica.
Algunos de mis amigos han tomado la decisión de afrontar su sexualidad y han hablado de esos con sus familias, otros, deciden alejarse de su gente y vivir en el exilio familiar. Pero una cosa más, las familias latinas, quizá influenciadas por la libertad que acá se vive, del respeto a la individualidad, aceptan estas nuevas realidades. Y entonces es cuando quizá sus miembros disfrutan de la unidad familiar.
En fin, el prejuicio y la discriminación sólo son condiciones mentales que se pueden modificar. La sociedad salvadoreña está muy lejos en dar este salto, y menos si tenemos personajes con influencia y poder, que se dedican a predicar el odio y el fanatismo religioso.