jueves, 26 de julio de 2007

Jaime Catracho y otros seres pasajeros

Jaime era un muchacho flaquito. Yo quizá tenía 13 y él algunos años mayor. Más alto que yo, era un ser independiente a su corta edad. Ya decidía por sí mismo y quizá por eso era que me atraía, además de su cuerpo delgado y espigado, su pelo rizado rubio, sus pecas y ojos verdes. Era una criatura infatigable y sonriente. Un muchacho en fin, jovial, como cabrito, retozón.

Era una de esas criaturas que alegran a la misma vida con su simple existencia. Son ángeles que vienen a este mundo para hacerlo mejor pese a las adversidades de nuestras existencias.

Yo era tímido, para qué decir. Así que lo espiaba desde la ventana de mi cuarto que daba hacia la ventana del suyo (atravesando la calle), que no tenía balcón. Lo miré varias veces que por ahí se escapaba en las noches.

Pero lo que me mantenía pegado a la ventana es que de vez en cuando desde allí hacía pipí a la calle. Él vivía en una casa de adobes con gruesas paredes, así que se podía hincar sobre la base de la ventana y sacar su pito para mear.

Yo no miraba su pene por la oscuridad en las noches, sólo el chorro cayendo al suelo (era la señal) y de pronto estaba pegado a la ventana para verlo.

Jaime Catracho, ya de 18 años, se metió a la Policía Nacional (aún no existía la PNC) y de pronto apareció con una mano quebrada y enyesada. Luego, lo habían matado por accidente durante un entrenamiento en la zona tiros. Su padre, que era más flaco que él, se moría de pena por la muerte de su único hijo.

Los rumores decían que fue asesinado por un instructor que lo odiaba por su versatilidad, simpatía y liderazgo. Eso ocurrió hace muchos años. Eran tiempos de guerra, la cual parecía eterna.

Ahora que lo recuerdo, traigo a mi memoria a las personas que a lo largo de mi vida he visto vivas y luego muertas. Primero fue Milton, mi compañero de primer grado. Murió de forma accidental cuando unos cazadores le dispararon.

Luego a mi abuelo en la cama, cubierto con una sábana blanca. Y conforme fui creciendo, los muertos se hacían más frecuentes. Ahora ya perdí la cuenta. De muchos conocidos y amigos que han muerto, de forma trágica o por enfermedades, como el SIDA.

Recuerdo a mi amigo X (le voy a llamar así) que fue toda una fuente de enseñanza en mi vida, un homosexual muy inteligente, que me aconsejaba y quería lo mejor para mi. Al cabo de algunos años enfermó de VIH y luego murió.

La última vez que lo vi fue en Metrocentro. Caminaba como viejito y luego de observarlo de lejos, con ojos incrédulos por su extrema delgadez, le hablé: “!X¡, ¿cómo estás? Y él, avergonzado por su enfermedad me dijo que le había dado una infección de amebiasis y que se estaba recuperando.

Y yo, no le refuté nada, pues sabía lo que padecía. Así que luego de conversar un poquito, le di un abrazo a su esquelético cuerpo y dije que me había gustado mucho verlo de nuevo y que otro día conversaríamos.

Pero en el fondo, sabía yo que jamás lo volvería a ver. Me contaron que murió.

Bueno, quizá este artículo no tenga sentido, simplemente, me siento nostálgico por toda la gente que he tenido cerca y que ahora no está. Como mi amigo Wilfredo, que murió ahogado en Los Chorros, hace ya varios años y otros conocidos que ya no están en este mundo.

Sólo es nostalgia.

sábado, 21 de julio de 2007

Un monumento a la Tía Julia

A algunos gay adultos como yo, quizá les parecerá familiar este nombre, pero a muchos jóvenes no. La tía Julia fue el fundador de la discoteca Oráculos, a mi entender, la primera discoteca gay en el país. Él tenía su nombre artístico, que era Rocío, pero todo mundo a su espalda le llamaba “La tía Julia”.

No es algo que yo haya vivido, sino que me lo han contado. Se decía que Oráculos surgió allá por los 70 como un lugar de reunión de amigos homosexuales que de pronto comenzó a tener mucha asistencia, al grado que después su dueño, debió abrir las puertas al público.

Se cuentan historias increíbles y de grandes sacrificios que hizo su propietario, al grado de que ahora creo, debería de levantarse un monumento en su memoria, pues fue el Adelantado en esos terrenos homofóbicos y belicosos que vivía nuestro país.

La primera vez que entré a Oráculos fue a principios de los 90, y para esos tiempos aún tenía una gran reputación en el ambiente gay, al grado de haber ganado algunos de sus miembros, el título de miss gay en otros países, tal como en los concursos de Mis Universo.

Se decía que en tiempos de la guerra, cuando había toque de queda a partir de las 6:00 PM, la tía Julia abría en la tarde, a las 2:00 PM y siempre alojó a la gente que después de la hora de la muerte, borracha, no podía ir a casa.

Se dice además, que en esos tiempos, las corruptas policías municipal y nacional hacían redadas en las calles y que con frecuencia entraban a la discoteca y arrestaban a los homosexuales sin ningún delito que imputarles, simplemente el hecho de ser gay.

Y como eran tiempos de guerra, los policías simplemente querían dinero, así que en más de alguna ocasión, la tía Julia debió pagar las multas para que sus clientes salieran libres. De lo contrario, serían acusados de comunistas y purgar una larga sentencia. Y en el peor de los casos, asesinados.

Además de eso, la discoteca fue el blanco de dos atentados dinamiteros por parte de de grupos homofóbicos vinculados a los militares y en una ocasión, la discoteca fue incendiada por éstos, según me han contado.

Es la historia paralela de las luchas sociales que ni siquiera la izquierda en la actualidad quiere registrar. De la comunidad homosexual, que fue terriblemente reprimida durante la guerra y que en la actualidad no tiene cabida en sus discursos. Una izquierda que reclama derechos hasta para los pericos, pero nunca se ha solidarizado con los homosexuales. Que no figuramos en su agenda.

Y bueno, la discoteca sobrevivió a muchas arremetidas en tiempos de la guerra pero no a la arremetida de la paz, que trajo consigo más tolerancia: finalmente surgieron más discotecas gay . Oráculos se fue convirtiendo en el punto de reunión de travestis, muchos de ellos, delincuentes, que al final aniquilaron su grandioso pasado y la volvieron un lugar vulgar y de mal gusto. Cerró.

En el pasado quedaron aquellas escenas victoriosas sobre la adversidad, de cuando estallaba una bomba en algún poste de energía eléctrica cercano, y pronto, la tía Julia, adelantada a su tiempo, tenía un generador eléctrico que hacía andar. Y la fiesta, como siempre, continuaba.

No sé que habrá sido de Julio. Pero, hace como seis años me lo encontré en una discoteca, ya muy viejo, y lo detuve con mi cuerpo. Le dije: la historia de Oráculos debe de ser escrita y ella, la tía, a quien le guardo mucho cariño (auque él no lo sepa) me respondió de forma afirmativa, pero creo, estaba ebrio.

Ahora, insto a los que lo conocieron mejor que yo, a los que conocieron mejor los orígenes de esta discoteca, no dejen perder esta leyenda, porque es parte de la historia nacional. En el futuro, la tía Julia quizá forme parte de los héroes nacionales a los que se les marcará un día en nuestro calendario.

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jueves, 12 de julio de 2007

La homofobia, ¿un trastorno mental o una ideología?

Había pensado desde hace días escribir sobre la homofobia, pero no encontraba una posición que me diferenciara del punto de vista de muchos homosexuales que no reparan en el concepto y comienzan a arremeter con el hígado. Igual que los homofóbicos.

Un día hice unos análisis mentales mientras me ejercitaba en el gimnasio y de pronto sentí una iluminación, lo cual me llenó de satisfacción. Pero después de realizar algunas consultas por internet, resultó que simplemente estaba inventando la rueda. Mucho antes de mí, a varias personas no les cuadraba el término de homofobia y ya la habían cuestionado. Pero en fin, para que conozcan mis aportes sobre esta rueda, ahora les cuento mis reflexiones.

Me remití al término griego de fobia, que es traducido o interpretado en español como un temor irracional a algo, y de ahí se derivan muchos otros conceptos como androfobia, hidrofobia, claustrofobia, acrofobia, etc., y otros que no se encuentran dentro del diccionario de la Real Academia de la Lengua (DRAE) como son aracnofobia y ofidofobia. Todos son definidos como temores irracionales.

Y eso fue lo que me llevó a las reflexiones antes mencionadas. Me dije, si la fobia es un miedo irracional a algo, la homofobia no podría ser irracional, pues este padecimiento (la fobia), causa en las personas comportamientos que rayan con la locura, y la mayoría de homofóbicos no son locos, sino muy lúcidos.

Tengo una tía que le teme a las serpientes. Pero no sólo a las reales, sino a las fotografías, videos y hasta dibujos de ellas. Incluso juguetes. Un día chilló como loca cuando mi primo llevó una culebra artesanal, hecha de trocitos de madera. Parecía en verdad, enloquecida.

Para mí eso es una fobia. Su comportamiento era irracional, pues algo inanimado no le podría causar daño alguno.

Así que siguiendo el tema de la homofobia, me parecía que las personas que se declaran homofóbicas (aquí la primera diferencia) no tienen este comportamiento extraño. Por lo tanto su rechazo hacia la homosexualidad no tiene que ver con la psiquis, sino con aspectos culturales aprendidos durante su vida.

Me di cuenta de que la homofobia no es ningún padecimiento (como el de mi tía que se paraliza ante las caricaturas), sino una forma de pensar y de ver la vida, por lo tanto, la definición de fobia no estaba bien aplicada.

Eso me llevó a meditar que la homofobia era muy parecida a la filiación ideológica de las personas, con ideas inculcadas desde niño, aprendidas durante la vida, o simplemente, una disidencia de la forma de pensar de los demás. Quizá ese término se acerque más al concepto: “homodisidente”.

Los homofóbicos nunca sufrirán una taquicardia, sudarán ni se paralizarán enfrente de un homosexual, tal como la fobia nos sugiere, sino al contrario, arremeterá verbalmente y en el peor de los casos, utilizará la violencia física para demostrar su rechazo a esta forma de vivir.

Entonces, un homofóbico no es ninguna víctima de algún padecimiento mental, sino, que es un activista peligroso, ideológicamente enceguecido por una cultura intolerante, que invoca la teología cristiana para justificar sus acciones, que pretende con ella demostrar sus arrebatos de ira y hasta de sus asesinatos.

La homofobia, si la vemos de esta forma, debería ser rechazada por la sociedad, tal como se rechaza en la actualidad a los grupos radicales de izquierda, a la derecha extremista, a los grupos neonazis, a los religiosos fundamentalistas como los talibanes y toda forma de pensar extremista que vea como enemigos a extinguir, cualquier forma distinta de pensar y de vivir entre los hombres.

La homofobia no es ningún padecimiento, sino, una aberración social.

viernes, 6 de julio de 2007

De cuando me enteré de que iría al infierno

Era una noche como otra. La abuela leía la Biblia y luego la cerraba para hacer las reflexiones respectivas. Leyó, donde un apóstol decía a los antiguos cristianos, que era maldito aquel hombre que se acuesta con otro, que esos no tienen perdón de dios. Y dejó de leer, cerró: “esos afeminados se irán al infierno. Es el peor pecado que exista, es el único que dios no perdona”, dijo.

Yo me quedé aterrado. Si tan sólo me lo hubiese dicho una semana antes. Pues justamente una semana antes me había besuqueado con mi vecino (para mi, eso era acostarse con hombre) y estuvimos ambos en la cama.

Para que se comprenda mi situación: en esos pubertos días, mi familia iba cada domingo en la mañana a misa, almorzábamos y en la tarde era el turno de la lectura bíblica. A continuación la respectiva reflexión.

Y bueno, todos los días se rezaba en santo rosario a las 5:00 AM y a las 7:00 PM. Al mediodía, por supuesto, se rezaba el Ave María y a las 3:00 era la hora santa.

Era la Semana Santa la que me más odiaba, pues se rezaba el rosario tres veces al día y en la versión largometraje, porque incluía gran cantidad de oraciones adicionales además de las letanías, que sólo ellas duraban media hora. Y para que más valiera, se debía de sentir algún dolor durante esta faena. Mi abuela gustaba de extender los brazos a cada lado y ya sabemos que después de cinco minutos estamos rendidos.

Y durante toda la semana era de ir a todas las procesiones, desde el domingo de ramos hasta el domingo de resurrección, que incluía el sábado de gloria, en donde se canta gloria a las 12:00 de la noche con las candelitas encendidas. Y lo peor de todo, es que una vez tuve que salir de apóstol y el padre me lavó los mugrientos pies.

Así que para que entiendan, cuando me enteré de que amar a otro hombre era la visa directa al infierno eterno, el mundo se me vino encima. Y yo que lo había hecho de la manera más inocente. El camino al infierno está empedrado de buenas intenciones.

Y bueno, vinieron posteriormente aquellos días y años oscuros en que me sentí maldito y me recriminaba a mi mismo por haber cometido semejante pecado (aun cuando no sabía que lo era) y maldecía el momento en que alargué mi brazo para atraer el rostro de Pedrito hacia mi.

Y escuchaba sobre salidas alternas que la misma beata abuela decía: “Aquel hombre que se acuesta con una prostituta, recibe el pecado de todos los hombres que se acostaron con ella”.

Esa era la tabla de mi salvación. Debía de acostarme con una prostituta y ella se llevaría mi pecado y se lo pegaría a otro, como la gripe. No importaba que yo recibiera los pecados de los anteriores, pues serían menores que el mío. Los otros pecados eran perdonables: asesinar, robar, mentir. Sí, eran menores.

Pero era demasiado jovencito como para buscar a una prostituta, además, en el pueblo que vivía no había prostíbulos; y sí, había cipotas muy dadivosas, pero no eran prostitutas. Así que el gran problema de deshacerme del pecado imperdonable me siguió por muchos años.

Hasta que llegué a la universidad y comencé a ver la otra perspectiva de la vida: la sociedad y todo lo que ello implica, es una creación humana. Sí, cuando uno lee sobre la historia, se llega a la conclusión de que no hay nada divino interviniendo en nuestras existencias.

Todo ha sido creado por la humanidad y existen diversidad de formas de pensar y de ver la vida, distintas a la que se me enseñó de niño. De que hubo sociedades en las que se toleró la homosexualidad y era parte de la realidad social de la época.

Que existen otras religiones en donde no hay infiernos ni pecados imperdonables. De que la misma Iglesia ha mostrado una doble cara hacia la homosexualidad: la condena de forma pública, pero se tolera al interior, al grado de que los recientes escándalos de sacerdotes que abusan de monaguillos y seminaristas, se mantienen en el anonimato y se trata de callar a las víctimas.

Ahora comprendo la naturaleza humana y su volubilidad. No hay verdades absolutas. Todo tiene una explicación y razón de ser. El hombre siempre ha pretendido que las cosas sean blancas y negras, buenas y malas, pero la realidad nos indica que la vida es más que eso, que existen infinitas maneras de comprender la existencia.

La clave está en no casarse con ninguna verdad, pues la vida es tan fugaz para vivir esclavizado por ella. Desde que comprendí eso, supe que jamás iría a ningún infierno. Y si al final de la vida existe algún dios, me atengo a lo que dijo el escritor ateo José Saramago: “No creo que dios exista, y si existe, él me comprenderá”.