sábado, 19 de mayo de 2007

Nosotros, los invisibles (Una propuesta)

Fue patético ver en los periódicos aquel grupo de homosexuales que se presentó a la Asamblea Legislativa para proponer que se decrete el 17 de mayo el día contra la discriminación hacia los gays. ¿Quién los va a tomar en serio? Y menos cuando parecía ser un grupito de locas.
Leí una crónica en el periódico en donde el periodista (sin quererlo quizá) se mofa del grupo. Dice que se escuchaba el sonido de tacones, pero no eran de mujeres, sino, los zapatos de los homosexuales.
Bien, no lo culpo por tener una apreciación muy limitada sobre la comunidad homosexual de este país. El estereotipo es que las locas, son en primer lugar “locas”, escandalosas, que se visten de forma ridícula, que quieren simular ser mujeres y que en el acto se ven grotescos. Que son muy afeminados, al grado de llegar a la pantomima y sus expresiones verbales son también afeminadas y ridículas.
Es cierto. La mayoría que llegó a la Asamblea quizá son así. Recuerdo también la fotografía de una gay dándole la mano al diputado Rodolfo Parker. ¿Qué habrá pensado el hombre? “qué loca más fea”.
Pero bien, el punto es que esa imagen que tienen sobre nosotros, la culpa la tenemos nosotros mismos, yo, usted que lee esto. Sabemos que la mayoría de gays no son como los que vemos en los medios reclamando sus derechos.
Es de admirar a este grupo de personas haciendo lo que nosotros deberíamos hacer. Ellos han traspasado ya la frontera moral que te pone la sociedad, de que la homosexualidad es algo por lo cual avergonzarse y que se debe de ocultar lo más que se pueda.
Sí mis amigos, yo mismo soy el ejemplo de ese grupo inmenso de homosexuales que aún tememos mostrarnos al mundo tal como somos, debido a que no estamos dispuestos a que se nos señale, se burlen de nosotros. A tolerar en fin el rechazo social.
Somos los invisibles: nadie sabe que existimos y por eso es que estos grupos homofóbicos dentro del gobierno y la iglesia arremete contra nosotros de forma impune: afirman las peores falacias para desprestigiarnos, no dudan en ningún momento de tachar a la homosexualidad como inmoral y contraria a los valores morales y cristianos del país.
Se sienten libres de ofendernos porque no saben que somos más que un grupo de loquitas que (dignamente) reclaman ante la Asamblea. Es una lástima que no se pueda medir nuestro número ni influencia que podríamos tener.
Yo desde aquí lanzo una propuesta, que la debería de retomar la asociación de “Entre Amigos” que serviría para conocer nuestro potencial político: aliarse a uno de estos partidos pequeños (el FDR por ejemplo) y en las próximas elecciones alentar a la población homosexual a votar por ellos.
Por supuesto, que el partido en cuestión no querrá aparecer como el partido de los homosexuales y son esos detalles lo que la asociación debe de negociar.
¿Qué les parece? Pasen la idea a sus amigos. Estoy seguro que si de alguna forma se mide nuestra fuerza, ya no aparecerá ningún diputado homofóbico con Biblia en mano, echándonos en cara que somos inmorales.

El derecho de ser homosexual

Los homosexuales nos hemos preguntado alguna vez en la vida ––en especial cuando reconocemos que somos diferentes a los demás––: ¿por qué soy homosexual? En mi caso, no aceptaba mi condición y me llenaba de rabia pensar que mis amigos parecían muy felices con su existencia. Yo en cambio era infeliz, y odiaba tener que ocultar esa parte de mí, que para entonces pensaba, era un estigma vergonzoso.
Así hemos crecido la mayoría de homosexuales en este país, sintiéndonos monstruos, anormales, aberraciones de la naturaleza, y en ello mucho ha tenido que ver nuestras familias, cómplices del machismo irracional. Tu misma madre te decía que eras mariconcito si llorabas por algo.
En la actualidad, la mayoría de la sociedad salvadoreña sigue mostrando esos rasgos de intolerancia e insensibilidad hacia la comunidad homosexual, pero nunca meditan sobre el dolor y sufrimiento que causan cuando critican y ofenden a un gay por su condición.
Es una actitud incomprensible de esta gente, porque por otro lado se muestra sensible hacia las incapacidades físicas de otros humanos, como los niños retrasados, los minusválidos y hasta los loquitos que deambulan en la calle. No los critican por ser lo que son, y comprenden que su estado escapa a la voluntad de ellos mismos.
Con los homosexuales es diferente: creen que somos así porque queremos y por eso es que ensañan todo su odio hacia nosotros, pasando por alto que nuestra condición también escapa a nuestra voluntad y que somos así porque quizá dios lo quiso. Un verdadero cristiano debería de comprender esto.
Los homosexuales nunca hemos decidido sobre nuestra sexualidad. Si se me hubiese dado la oportunidad de escoger entre ser homosexual o heterosexual, mil veces habría escogido lo segundo, pues nadie en su sano juicio, por voluntad propia habría elegido ser despreciado, señalado y discriminado, a menos que se creyera Jesús, quien escogió su suplicio por voluntad propia.
Yo sostengo que los homosexuales en este país somos la población más desprotegida del Estado, somos los últimos, los invisibles, los que no existimos. No tenemos ningún derecho y nadie exige ni siquiera que se nos respete.
Existen leyes que protegen hasta a los animales. Hay una ley que protege a la fauna nacional (garrobos, iguanas, mapaches, etc). Hay una asociación que vela por los perros vagabundos. Hay una organización de prostitutas. La legislación para proteger a la mujer es muy severa contra el maltrato femenino. Hay leyes que protegen a los niños. Se protege a los inválidos, a los ancianos. Ordenanzas que obligan a construir ramplas en las aceras para que los minusválidos en sillas de ruedas puedan subir a ellas.
¿Y para los homosexuales? Las autoridades ni siquiera toman en serio que exista un grupo criminal que asesina a homosexuales. ¿Cuántos amigos y conocidos de nosotros han sido asesinados sólo por el hecho de ser gay? Mediten sobre ello, hagan memoria.
Yo mismo fui atacado por un par de delincuentes, que valiéndose de mi condición como homosexual me atacaron y robaron y escapé a la muerte sólo porque no andaban armados y no había a su alcance ningún objeto que estrellarme en la cara.
Sí mis amigos, los homosexuales en este país somos los últimos. Nadie quiere dar la cara por nosotros, ni siquiera nuestras propias familias. Si sos cristiano, por lo menos encontrarás una esperanza al final de tu vida: “Los últimos serán los primeros”.

viernes, 4 de mayo de 2007

De visita al sicólogo

El tercer año de bachillerato fue todo un cambio de época para mí. Se desarrollaba al interior mío la más decisiva batalla entre aceptarme como gay o negarlo neciamente y vivir una mentira.
Durante los tres años anteriores siempre había tenido novia, pero a la vez había tenido relaciones sexuales con hombres, ya contaba con un par de amigos homosexuales con los que salía a la discoteca Oráculos (un día hablaré de ella), y visitaba lugares gay, como cines, la misma disco, bares, etc.
Ese último año en el colegio llegó una compañera muy linda, cuyo nombre no recuerdo, y que era mi amiga y me coqueteaba de forma descarada. Todos me envidiaban porque era la más bonita del lugar. Me gustaba su figura y nunca puse resistencia a sus acercamientos eróticos, pero mi conciencia no me dejaba en paz, pues sabía que en realidad nunca llegaríamos a nada, pues no me excitaba sexualmente.
Llegó una mañana una maestra al aula y comenzó a decirnos que el colegio había contratado los servicios de un psicólogo para que nos atendiera en nuestros problemas y nos dio una tarjeta con su dirección. Tenía su clínica en Ciudad Delgado.
Un sábado me decidí y fui con él. Entré a su consultorio y tal como en las películas, me hizo recostar en un canapé. Le confesé que creía que era homosexual, pero era algo que no quería aceptar, que lo rechazaba, que quería ser hombre.
Para mi decepción, él no vertió ninguna opinión y simplemente se ajustó a lo que yo deseaba. Le conté sobre mi compañera que era muy linda y que me coqueteaba. Le dije además que estaba a punto de contarle a ella que yo era gay para terminar con su asedio, pero él me advirtió que no lo hiciera y que mejor tratara de acercarme a ella y tener una relación sexual.
Yo me sentí muy decepcionado, pues en realidad quería que él me diera una receta, la cura a mi problema y sin embargo me estaba mandando a hacer algo que no quería. Al final me lanzó el reto: la próxima vez que vengás a mi clínica, me vas a contar que tuviste una relación sexual con ella.
Jamás regresé.
Por algún tiempo lo tildé de ser un profesional mediocre, pues no había resuelto mi problema. Ahora lo entiendo.