Los homosexuales nos hemos preguntado alguna vez en la vida ––en especial cuando reconocemos que somos diferentes a los demás––: ¿por qué soy homosexual? En mi caso, no aceptaba mi condición y me llenaba de rabia pensar que mis amigos parecían muy felices con su existencia. Yo en cambio era infeliz, y odiaba tener que ocultar esa parte de mí, que para entonces pensaba, era un estigma vergonzoso.
Así hemos crecido la mayoría de homosexuales en este país, sintiéndonos monstruos, anormales, aberraciones de la naturaleza, y en ello mucho ha tenido que ver nuestras familias, cómplices del machismo irracional. Tu misma madre te decía que eras mariconcito si llorabas por algo.
En la actualidad, la mayoría de la sociedad salvadoreña sigue mostrando esos rasgos de intolerancia e insensibilidad hacia la comunidad homosexual, pero nunca meditan sobre el dolor y sufrimiento que causan cuando critican y ofenden a un gay por su condición.
Es una actitud incomprensible de esta gente, porque por otro lado se muestra sensible hacia las incapacidades físicas de otros humanos, como los niños retrasados, los minusválidos y hasta los loquitos que deambulan en la calle. No los critican por ser lo que son, y comprenden que su estado escapa a la voluntad de ellos mismos.
Con los homosexuales es diferente: creen que somos así porque queremos y por eso es que ensañan todo su odio hacia nosotros, pasando por alto que nuestra condición también escapa a nuestra voluntad y que somos así porque quizá dios lo quiso. Un verdadero cristiano debería de comprender esto.
Los homosexuales nunca hemos decidido sobre nuestra sexualidad. Si se me hubiese dado la oportunidad de escoger entre ser homosexual o heterosexual, mil veces habría escogido lo segundo, pues nadie en su sano juicio, por voluntad propia habría elegido ser despreciado, señalado y discriminado, a menos que se creyera Jesús, quien escogió su suplicio por voluntad propia.
Yo sostengo que los homosexuales en este país somos la población más desprotegida del Estado, somos los últimos, los invisibles, los que no existimos. No tenemos ningún derecho y nadie exige ni siquiera que se nos respete.
Existen leyes que protegen hasta a los animales. Hay una ley que protege a la fauna nacional (garrobos, iguanas, mapaches, etc). Hay una asociación que vela por los perros vagabundos. Hay una organización de prostitutas. La legislación para proteger a la mujer es muy severa contra el maltrato femenino. Hay leyes que protegen a los niños. Se protege a los inválidos, a los ancianos. Ordenanzas que obligan a construir ramplas en las aceras para que los minusválidos en sillas de ruedas puedan subir a ellas.
¿Y para los homosexuales? Las autoridades ni siquiera toman en serio que exista un grupo criminal que asesina a homosexuales. ¿Cuántos amigos y conocidos de nosotros han sido asesinados sólo por el hecho de ser gay? Mediten sobre ello, hagan memoria.
Yo mismo fui atacado por un par de delincuentes, que valiéndose de mi condición como homosexual me atacaron y robaron y escapé a la muerte sólo porque no andaban armados y no había a su alcance ningún objeto que estrellarme en la cara.
Sí mis amigos, los homosexuales en este país somos los últimos. Nadie quiere dar la cara por nosotros, ni siquiera nuestras propias familias. Si sos cristiano, por lo menos encontrarás una esperanza al final de tu vida: “Los últimos serán los primeros”.
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