Hay una especie de alegría y optimismo luego del triunfo de Mauricio Funes en las pasadas elecciones presidenciales y no es para menos, pues es el inicio de la verdadera conviviencia democrática por la cual mucha gente ha luchado y muerto desde hace décadas en el país.
Nos ha salido cara esta democracia. De El Salvador se ha excluído toda forma de pensar y actuar que sea diferente a lo que la clase dominante, en complicidad con las iglesias, piensa que es lo correcto.
Creo que la alternancia se dio justo cuando los gobienos conservadores de este país ya pisaban los terrenos peligrosos del fundamentalismo religioso. Muchas de sus acciones se alejan del concepto de laicismo y se acercan mucho al ideario religioso.
El mejor ejemplo es la homosexualidad, un tema tabú en las esferas gubernamentales, pero que sus funcionarios no tienen ningún reparo para calificarlo como mala y pecaminosa.
La cuestión del aborto no se ve desde una óptica técnica, sino desde la visión religiosa. Lo mismo ocurre con la planificación familiar: se teme que hablarle a los jóvenes de sexo hará que éstos tengan relaciones sexuales tempranas.
La última aptitud homofóbica del presente gobierno fue abstenerse de votar a favor de una propuesta del gobierno de Francia ante las Naciones Unidas para que los derechos de los homosexuales sean elevados al rango de derecho humano.
Demasiado para la mentalidad religiosa de nuestro gobierno.
Por eso creo que es válida esa sensación de optimismo que se respira tras la elección. No espero que hayan cambios revolucionarios después del uno de junio, cuando tome posesión el nuevo presidente, pero sí, el inicio de una nueva forma de gobernar, regresar al concepto de estado laico.
Un gobierno no debe de ser defensor de la fe, como ha hecho el nuestro. Recuerden el caso de aquel pastor que dice ser Jesús y que quemó biblias y una imagen de la virgen María. Después se pasó una ley para prohibir este tipo de protesta.
La justificación es que ofendía las creencias de los salvadoreños. En lo personal no me sentí ofendido.
Esperamos que el nuevo gobierno vea a la sociedad como un ente disímil entre sí, donde se tienen diferentes visiones de lo que se quiere del país y que no es posible gobernar para unos en detrimento de otros. Lo que debe de prevalecer es el respeto a los derechos individuales y tomar decisiones técnicas, alejadas de las pasiones religiosas.