viernes, 6 de julio de 2007

De cuando me enteré de que iría al infierno

Era una noche como otra. La abuela leía la Biblia y luego la cerraba para hacer las reflexiones respectivas. Leyó, donde un apóstol decía a los antiguos cristianos, que era maldito aquel hombre que se acuesta con otro, que esos no tienen perdón de dios. Y dejó de leer, cerró: “esos afeminados se irán al infierno. Es el peor pecado que exista, es el único que dios no perdona”, dijo.

Yo me quedé aterrado. Si tan sólo me lo hubiese dicho una semana antes. Pues justamente una semana antes me había besuqueado con mi vecino (para mi, eso era acostarse con hombre) y estuvimos ambos en la cama.

Para que se comprenda mi situación: en esos pubertos días, mi familia iba cada domingo en la mañana a misa, almorzábamos y en la tarde era el turno de la lectura bíblica. A continuación la respectiva reflexión.

Y bueno, todos los días se rezaba en santo rosario a las 5:00 AM y a las 7:00 PM. Al mediodía, por supuesto, se rezaba el Ave María y a las 3:00 era la hora santa.

Era la Semana Santa la que me más odiaba, pues se rezaba el rosario tres veces al día y en la versión largometraje, porque incluía gran cantidad de oraciones adicionales además de las letanías, que sólo ellas duraban media hora. Y para que más valiera, se debía de sentir algún dolor durante esta faena. Mi abuela gustaba de extender los brazos a cada lado y ya sabemos que después de cinco minutos estamos rendidos.

Y durante toda la semana era de ir a todas las procesiones, desde el domingo de ramos hasta el domingo de resurrección, que incluía el sábado de gloria, en donde se canta gloria a las 12:00 de la noche con las candelitas encendidas. Y lo peor de todo, es que una vez tuve que salir de apóstol y el padre me lavó los mugrientos pies.

Así que para que entiendan, cuando me enteré de que amar a otro hombre era la visa directa al infierno eterno, el mundo se me vino encima. Y yo que lo había hecho de la manera más inocente. El camino al infierno está empedrado de buenas intenciones.

Y bueno, vinieron posteriormente aquellos días y años oscuros en que me sentí maldito y me recriminaba a mi mismo por haber cometido semejante pecado (aun cuando no sabía que lo era) y maldecía el momento en que alargué mi brazo para atraer el rostro de Pedrito hacia mi.

Y escuchaba sobre salidas alternas que la misma beata abuela decía: “Aquel hombre que se acuesta con una prostituta, recibe el pecado de todos los hombres que se acostaron con ella”.

Esa era la tabla de mi salvación. Debía de acostarme con una prostituta y ella se llevaría mi pecado y se lo pegaría a otro, como la gripe. No importaba que yo recibiera los pecados de los anteriores, pues serían menores que el mío. Los otros pecados eran perdonables: asesinar, robar, mentir. Sí, eran menores.

Pero era demasiado jovencito como para buscar a una prostituta, además, en el pueblo que vivía no había prostíbulos; y sí, había cipotas muy dadivosas, pero no eran prostitutas. Así que el gran problema de deshacerme del pecado imperdonable me siguió por muchos años.

Hasta que llegué a la universidad y comencé a ver la otra perspectiva de la vida: la sociedad y todo lo que ello implica, es una creación humana. Sí, cuando uno lee sobre la historia, se llega a la conclusión de que no hay nada divino interviniendo en nuestras existencias.

Todo ha sido creado por la humanidad y existen diversidad de formas de pensar y de ver la vida, distintas a la que se me enseñó de niño. De que hubo sociedades en las que se toleró la homosexualidad y era parte de la realidad social de la época.

Que existen otras religiones en donde no hay infiernos ni pecados imperdonables. De que la misma Iglesia ha mostrado una doble cara hacia la homosexualidad: la condena de forma pública, pero se tolera al interior, al grado de que los recientes escándalos de sacerdotes que abusan de monaguillos y seminaristas, se mantienen en el anonimato y se trata de callar a las víctimas.

Ahora comprendo la naturaleza humana y su volubilidad. No hay verdades absolutas. Todo tiene una explicación y razón de ser. El hombre siempre ha pretendido que las cosas sean blancas y negras, buenas y malas, pero la realidad nos indica que la vida es más que eso, que existen infinitas maneras de comprender la existencia.

La clave está en no casarse con ninguna verdad, pues la vida es tan fugaz para vivir esclavizado por ella. Desde que comprendí eso, supe que jamás iría a ningún infierno. Y si al final de la vida existe algún dios, me atengo a lo que dijo el escritor ateo José Saramago: “No creo que dios exista, y si existe, él me comprenderá”.

4 comentarios:

blah dijo...

La iglesia y sus dogmas!..pfff...solo me recordaste como de pequeno le cuentan todas esas historias de horror para que uno se porte bien.

Anónimo dijo...

Que tal amigo! Que lastima que fue asi como aprendiste de la Biblia... Cristo no vino a condenar al mundo, sino a salvarlo... todos somos pecadores, todos le hemos dado la espalda a Dios, hemos sido rebeldes, queremos llevar nuestra vida a nuestro propio gusto sin que tengamos en cuenta lo que Dios quiere de nosotros. Es Cristo mismo quien a TODOS nos ofrece liberarnos de nuestras cadenas... aun de la misma homosexualidad, que estoy seguro que es simplemente un conjunto de malos entendidos al desarrollar nuestra identidad...

Dios ama a sus criaturas, pero desea lo mejor para ellas... por eso dejo su palabra para que podamos ser capaces de seguirle...

Estamos listos para dejarnos guiar?

Esteban dijo...

Totalmente identificado con vos... igual que vos... crecí en una familia donde ser diferente es pecado aún y cuando no hayas tenido la opción de decidir lo que querías con tu vida.

No creo que Dios juzgue a un ser al que con todo su amor ha creado, sobretodo cuando no hemos sido libres de decidir lo que queremos y no de nuestras vidas...

Como dice anónimo, Dios no ha venido a condenar sino a liberar, pero cómo liberarnos de algo que ni siquiera conocemos ni entendemos...?

David dijo...

Efectivamente serás maldito. Y con D-os no se juega, tu no eres nada ni nadie para jugar con el que creo todo lo que tus ojos pueden ver.